21 de diciembre de 2011

A veces Hertha se burlaba de Kristóf; se inclinaba reverencialmente delante de él, lo llamaba por su nombre y apellidos, y añadíasu rango profesional y académico. Entonces, él se sonrojaba y se mostrabasumiso y educado, triste, como alguien que comprende los motivos deltratamiento irónico del otro y se excusa por no poder ser diferente. Herthaintentaba consolarlo al ver su desesperación. Kristóf era como era, pero eraKristóf, y ella estaba unida a él y podía mantener con él verdaderasconversaciones.

Divorcio en buda; Sándor Márai

15 de diciembre de 2011

El trámite tardó 10 años, pero logró declarar patrimonio visual a sus terrenos olvidados, y hasta él mismo había olvidado el motivo.
Al llegar a su campo, desplegó su pantalla holográfica, para hacer el reclamo, pero se encontró con una obsoleta línea telefónica para reclamar. Sus implantes retinianos, de los cuales no renegó sólo para controlar el espacio visual de su hogar, le revelaron allá en lo que él llamaba “islita” de árboles sobre el trigo, un cono rojo como la sangre.
En lugar de acceder al vínculo desde su casa, comenzó a caminar hacia él, incrédulo de tantas broncas e indignación.
En la islita, accedió al vínculo y personalizó la vista a la altura de sus ojos. Sólo se mencionaba la especie del árbol.
Agarró una barra de hierro oxidado que hacía de guía a uno de los árboles plantados, y de bronca le pegó a la tierra, al tronco, y luego, desacostumbrado, atravesó el cono varias veces, sintiendo que su brazo resbalaba sobre la nada.
Durante la tarde, hizo una línea de cortafuego, y a la noche incendió el árbol. Eso es resplandor, pensó, comparando el rojo del cono, que ya no se distinguía por el del fuego.

25 de septiembre de 2011

Falsas preocupaciones




Atendí. Debo decir que la llamada en sí me sorprendió. Dijo que el motivo de hablar conmigo, era por las preocupaciones que ella sentía por una amiga. Al principio le creí. Luego caí en que no se le ocurría un tema mejor para conversar. Y no es que me dé importancia personal... 
Supuse que la conversación iba a sugerir un encuentro. Y así fue.
Me propuse un pequeño juego: yo no preguntaría por su amiga, y así sabría hasta dónde ella estaba realmente preocupada. 
La tarde fue larga y tuve tiempo de averiguar algo de sus asuntos, y también de enterarla de algunos mios.
El juego no lo manejaba yo solo, y por eso lo relato sin cuidados ni culpas; de hecho, ella me llamó a mi. 
Caminando a la estación, cruzando una avenida, se adelantó un par de pasos, simulando un cruce suicida, cuanto menos imprudente. La agarré rápido del brazo y ella sonrió mirando de reojo.
Al llegar a su casa, con caballerosa compañía, casi se despide de la misma manera, imprudente, cuanto menos ofensiva. La agarré del brazo, contacto nada nuevo; y en lo que siguió, jamás se mencionó a su amiga.

14 de septiembre de 2011


Hay veces en las que uno se mueve por un impulso que va mucho más allá de la consciencia.
No es raro que me ponga a hacer esto ahora, cuando siento que me estoy ablandando un poco y para bien en algunos aspectos. Estoy más tolerante y me puedo permitir escuchar más a la gente.
Haciendo a un lado el preocupante concepto de “atesorar”, existe la experiencia del redescubrimiento. Y entre la noche de ayer y un ratito de hoy, me puse a revisar cassettes de audio para pasar a digital, y poder tirarlos a la mierda, ya que por más mística que haya en ese viejo soporte analógico, la redención puede estar en convertirlos en datos, para no atesorar Objetos materiales. Desde ya que ni yo me lo creo.
No sé por qué me propuse la tarea, pero supongo que me molestó ver los cassettes, llenos de mugre. Y sonará cursi, pero siento que me encontré un poco a mí. No al que fui, sino al niño que pretendo seguir siendo.
...época de la radio, demasiado joven para trabajar y sonar tan serio. Sonrío recordando a alguien que quiso inflarme el ego diciendo que uno se convertía en periodista luego de tantas horas al aire. Ni él se lo creía.
Pero en el mismo cassette, por suerte, está la prueba de mi falta de seriedad, también... Me obligaron a hablar al aire, y yo enojado, estiré media hora una entrevista sonza, solo para contrariar a quienes me dijeron que debía durar 5 minutos. En otra oportunidad persuadí al conductor para que entreviste a un pobre muchacho delirante, al que se lo vendí como la revelación musical del año. La entrevista le generó sus dudas al conductor, que se disiparon todas a la hora de pasar el track que había traído el "músico". Lo echó al percatarse del desastre profesional que se había producido en su carrera al hacer esa entrevista.
También cometí errores sin querer, producto de la inexperiencia, pero más por lo atolondrado que soy, que era.
Más hacia atrás... la vocecita de mi hermana me pega en lo más profundo de la nostalgia, que de eso estamos hablando. Yo le estaba enseñando a putear, como si fueran sus obligatorias primeras palabras para entenderse con el mundo. No grabé la reprimenda que recuerdo que siguió a eso, lamentablemente.
Uh, hay unas cuantas entrevistas ocultas que ni recordaba. Todas charlas apasionadas de mis interlocutores que me dirigían la palabra como a un mayor, y disertaban sobre el gobierno, sobre Maradona... alguien que ni sé quién fue, me decía: "Y una periodista de canal once, muy bonita, rubia ella, se subió a la combi para mirar a la casa, y éste (Diego) agarró la manguera, y la tipa con el micrófono: ¡Sí...! El señor maradona... nos tira agua... y losotro... vamo' a seguir acá... porque la libertá de prensa... (pausa) ¿Qué buscaba...? ¿Que le pegara un tiro?".
Fono tango, un invento estúpido y no por eso poco divertido; donde los amigos de mi abuelo eran las víctimas de llamadas telefónicas, en donde una voz automática (la mía) los insta a adivinar tangos que se reproducen, hasta llegar a un premio que nunca llega, porque acertado o no, la voz automática termina diciendo: Usted se ha equivocado, pero quizá tenga suerte y lo volvamos a llamar. Uno de ellos, enfermo, me dio tanta pena al oírlo entusiasmado, que le terminé llevando un cassette, anónimamente.
Y para entonces… yo tenía… ¡36 años…!

6 de julio de 2011

Tercer sueño

Hacía años que estaban juntos. Y Estaban en la casa de ella. Eran él y ella. Su padre, el de ella, pues jamás podría haber sido el padre de él, no estaba. Los tonos cálidos del interior de la casa contrastaban con la luz blanca del sol que en ese ambiente parecía azulada. Algo raro había; y él no sabía precisar qué era. Parecía un sueño; pero él no se animaba a cuestionarlo, siquiera. ¡Le hacía tanta falta sentirse cerca de ella...!
Estaban en la cama... él la miraba. Primero al lado de ella; y luego quiso verla, aprovecharla desde otro lado por lo que se sentó en el suelo. Le gustaba mirarla con ojos de niño, e imaginar que su ángulo de visión se abría.
Había un objeto un poco extraño dentro del ambiente conocido. Un viejo winco que reproducía una música de cámara que ambientaba la situación como si fuera una película. Y como era costumbre de él retocar la realidad... no pudo seguir viviendo en ese mundo tan armonioso y quizá por eso... Empezó a matar el sueño yendo hasta el tocadiscos para adelantar la melodía y así encontrar el próximo movimiento. Luego de ver su mano obligando al disco a girar más rápido... cuando giró su mirada estaba en su casa. Oscuridad.
Había una luz muy débil que pintaba el techo, aunque más bien parecía una sombra que le dolía a la oscuridad. Sintió miedo y miseria, pero intentó deshacerse de ambas sensaciones, yendo hacia la computadora que parecía llamarlo para buscarla a ella; pues tenía entendido que estaba por llegar, y que ese era el significado de su sueño.
Él tenía la contraseña de su casilla de correo electrónico, pues en la enorme confianza y por las dudas, ella se la había dado. Se dedicó a entrar como si ahí estuviera la información necesaria para saciar la necesidad de tenerla a su lado.
Pero encontró un mail de ella como remitente y destinataria. Era una copia de un mail enviado a su compañera de clases. Estaba conformado en parte por texto tipeado, interrumpido por fotos: tanto de páginas escritas a mano, como por fotos; como un collage informático imitando a un diario íntimo. Ella le comentaba a su compañera aquello que estaba a punto de experimentar con su novio, y que nunca experimentó con él, en cuestiones sexuales.
¿Su novio?
Siguió bajando la página y encontró una foto de ella con su novio, desnudos en la cama, encuadrados del torso hacia arriba.
Ah, cierto que tenía novio. Es muy parecido a mí, pero nunca podría ser yo.
Ella llegó y él se dio vuelta para abrazarla con un hambre creciente. No le importó que en la pantalla estuviera la otra foto. Más que abrazarla quería atraparla. Ella le correspondió con mimos, pero le dijo que quería que charlaran sobre el olvido que él debía experimentar, necesariamente, respecto de ella. Y no hablaron.
Porque cuando él miró sus manos agarrando las de ella, se despertó en su habitación, dolida por la oscuridad y apenas iluminada por la luz celeste del monitor prendido desde otra habitación. En seguida, desesperado por volver a encontrarla, fue hasta la computadora, y era creciente el miedo y la sensación de miseria. En la pantalla no encontró más que la realidad... la de los cuatro años de ella ausente, que él olvidó desde sus sueños y durante el recorrido desde su cama hasta la computadora.

20 de junio de 2011

Había una sola luz prendida. Y desde al lado de la puerta, me veía como un contraluz en el espejo al final del pasillo. Me paré a escuchar cómo andaba el silencio. Andaba.

-Vamo’ a… -dije, y la respuesta no se hizo esperar. El galope en miniatura se me venía encima.

Salimos y le abrí la puerta del auto, muy caballerosamente. Se sentó del lado del acompañante, pidiéndome que baje la ventanilla. La bajé. Andando, le dije: “hoy paseaste de más” y él entró la cabeza para mirarme.

Fuimos a la estación de servicio, y mientras estacionaba le gruñó a los hombrecitos de azul. Le compré un turrón, que me comí casi entero. A la vuelta le digo:

-pasear…

Al rato le comento que me molesta cuando me sale pelo. Él me seguía mirando. Parecía tener entradas. Empecé a manejar mal y decidí cambiar de lugar.

-Mirá si no te lo devuelvo más- me dijo, mientras yo lo miraba con sus ojos preocupado, y él me sonría con mi sonrisa, y agregó:- dejá de pensar pelotudeces, prefiero mi ángulo de visión y mi rapidez de patas chuecas.

Pasamos de nuevo por la estación de servicio y le gruñí a los hombrecitos de azul.

-Tomá, manejá vos.

Cambiamos de lugar, de nuevo, y yo manejaba moviendo la cola, mirando con la cabeza fuera de la ventanilla.


15 de junio de 2011

¡Ah, no, che!


Anoche no podía dormir. No es la primera vez que siento como un chispazo de electricidad en la cabeza que me hace saltar de la cama; es como si hubiera un tipo jodido agazapado en algún lugar de la casa que solo existe para esperar a que mi cabeza se desconecte, para pasarme un cable pelado y enchufado por la cien.
Cuando eso pasa, me toco la cabeza, como si encontrara el relieve de la piel chamuscada. No, no hay nada. Es una maldición que vive conmigo, o más bien, dentro de mí. Y siento que adentro de la cabeza tengo un músculo cansado, acalambrado.
Supongo que me pasa, porque elijo el momento de ir a dormir para juzgarme y sentenciarme por mil cosas. Por pensar en cómo hubieran sido las cosas y cómo serán ahora. Solo o acompañado, soy así a la hora de dormir.
También, simpáticamente me animo a decir, destruyo mi historia y construyo otra, suponiendo que retomo mi vida a partir de tal edad, y teniendo conocimiento de mi futuro, creo grandes paradojas temporales. Y voy tomando nota mental de ideas que debería escribir, y que sé que al otro día olvidaré. Me la creo por un rato, digamos.
Hay cosas lindas en la oscuridad de la cama. Pero creo que, tratándose de mí, la mayoría de mis pensamientos no van por buen camino.
Empecé escribiendo esto para contar una particularidad dentro de esas horas de oscuridad y sin dormir, pero creo que con esta introducción, ya no hay mucho lugar para lo otro. En una cabeza así, sólo hay lugar para chispazos.

9 de abril de 2011




Hoy lo vi a Andrés. Y también la semana anterior. Y cada viernes durante los tres meses anteriores. Sólo hoy lo reconocí, porque le pregunté, primero el nombre, después el apellido. Sí, era él.
Lo estuve viendo durante meses como un rostro familiar del barrio... y en esa parada de colectivo, cercana a su casa, lo recordaba y me preguntaba cómo estaría, si estaría... porque el destino de casi todos mis compañeros de primaria, no fue el mejor.
La última vez que lo vi, teníamos 19 años recién cumplidos... y lo sé porque hasta recuerdo la fecha de su cumpleaños. Y la vez anterior antes de los 12. Recuerdo todo lo que hacía, y todo lo que hacíamos. En la primaria fui siempre el lobo disfrazado de oveja, y él el lobo asumido.
"De chico tenía problemas en la casa", me contó mi viejo en referencia al padre de él. Nuestros padres eran compañeros en la misma escuela primaria. Una vez, en un acto le pregunté al padre de Andrés si recordaba a mi padre, y no lo recordaba. Para ellos, la vida era una cuestión de lo que recordaban.
Con Andrés existen recuerdos de situaciones apenas menores que delictivas. Andrés era el chico malo de la escuela. Tenía problemas en la casa. Yo era el chico bueno de mentira. Por alguna capacidad de imaginación para la maldad... compartíamos un banco y algunos ratos. Alguna vez vino a mi casa.
Tantas cuestiones hubo a lo largo de la primaria, que cuando pensaba en él, en esa parada del micro muy cercana a su casa... estaba seguro de que él también recordaría algunas: nuestra imaginación hacía que las maestras se confundieran, rieran y hasta lloraran.
Más allá de una buena cantidad de recuerdos de la infancia, su cara me costó meses reconocerla. Veníamos esperando el micro todos los viernes juntos y nos cedíamos el paso... sólo era un rostro del barrio... de un hombre de cuarenta años como mucho, aunque tenga más de 10 menos. Oscuro, de rasgos bien duros...
Y hoy lo escuché hablar con una voz cascada, porque un auto frenó a preguntar cómo ir hacia determinado lugar. Esa voz y algún gesto dispararon curiosidad. Al llegar el micro, esperamos a que suban todos y yo le cedí el paso que él me devolvió, como la semana anterior y cada viernes durante los tres meses anteriores. Basándose en esa repetición abrió una sonrisa que supe reconocer. Pero en ese momento lo reconocí a él. Porque le pregunté, primero el nombre, después el apellido. Sí, era él.
Le dije que éramos compañeros en la primaria. Él mantenía la sonrisa, pero porque se olvidó de cerrarla... me preguntó mi nombre primero. Pero tampoco recordó mi apellido.

9 de febrero de 2011



Buscar algo que informe entre tantas manchas de tinta, cuesta demasiado. Es como si aplicaran efectos de difuminado y una textura predeterminada, para conformar una imagen que a simple vista parece decir algo. Pero busco, busco… y nada. Parece que solo son manchas y texturas. Que nadie generó sentido con palabras.
La verdad, está muy difícil la cosa. Al menos para mi. No espero saber que apareció aquel cuerpo, que alguna vez sirvió para dejar íconos plasmados en paredes de la ciudad, de las pancartas… porque deshacerse de un cuerpo, de sobra se ha demostrado, no es tan difícil.
Pero cuando uno comienza a detectar sonidos que parecen ser algo más que ruido… aparece una especie de fé reconfortante de que algo bueno puede pasar, ya que el sonido cobra sentido… ¿Pero de qué estamos hablando? ¡Si con el sonido pasa lo mismo que con la imagen! Es ruido configurado para que uno crea que hay sentido ahí dentro, y sin embargo… es un engañabobos que nos mantiene expectantes de algo que no terminará apareciendo. Porque ahora nada parece poder ser leído. Ni el suelo, ni el diario, ni el audio.
Y sin embargo, pienso que no es tan difícil. Quizá exista la suma de voluntades, pero se tratará de voluntades pobres… porque no hay marchas hoy, ni pedidos audaces ahora. Es el momento de destapar la olla, pero parece que el agua se va a secar, y el metal se va a poner naranja, aunque digamos al rojo vivo.
En fin… creo que hay mil cosas dando vueltas que pueden ser leídas, y que sirven, no para encontrar un cuerpo, sino para preguntarle a alguien directamente qué se hizo con aquel cuerpo. Pero si bien no es tan fácil buscar esa información… encontrándola, tampoco sirve para nada, porque aquel que escucha música del ruido, es ignorado o está loco.