28 de octubre de 2009

Mateo 6:16

La gente sigue ampliando su enciclopedia. Hoy aprendió una palabra, o le encontró sentido a una, y dice: “qué interesante, la voy a usar el próximo mes, para todas las pajas”. ¡Muy bien! ¡Eso es la vida! (con muerte incluida).
Al sol, fuente de luz y calor, se le debe estar acalambrando y calentando la oreja, y es por eso que el total que nosotros consideramos, se extingue, se arruga, se muere y se apaga. Pero bueno, sigamos inventando, no por el placer de inventar, sino para que sepan que somos inventores. ¡Muy bien!
Creo, y esto va muy en serio, que si cada uno respetara lo que siente, no habría lugar para mariconadas de gente que cree que vive, haciendo pan y queso, quedando bien con dios y con el Diablo. Pero seguimos poniéndonos rótulos, o esperando que otros nos lo pongan: el intelectual, el sabiondo, el técnico, el doctor, el escritor, el rebelde, el suicida, el loco, el sincero, el vivo… somos gente que sabe de la vida.

22 de octubre de 2009

Sentía dolor y era la primera vez que lo tenía así, que el dolor así la tenía. Un dolor tan fuerte en sus sentimientos, que podía usarse la palabra dolor. El estómago parecía abrochado y estirado; y en el pecho, el peso de un yunque, imaginándose a sí misma boca arriba para describir su propio dolor, aunque la verdad, era: posición fetal, con los dedos doblándose en el intento de penetrar el colchón, y su boca buscando sosiego imposible, apretando la punta de la almohada.
Sentía ganas de volver al dolor normal; al dolor supuesto, al conocido. Y como le resultaba imposible, rogaba que el techo la aplastara directamente… o algo mil veces más pesado y definitivo que el techo, al que no miraba.
Como de repente, se aplaca y no vivencia el que su mano llega hasta la mesita de luz, agarra el control, aprieta un botón. Oscurece el rosa con el azul del tubo. Si bien la tonalidad de la habitación es fría, los cálidos estallan en la pantalla con violetas, rosas, rojos, amarillos. Reconoce en la pantalla al acolchado de enormes rombos blancos y rosas, y ve a una niña feliz. Muy parecida a ella, aunque sabe que no es ella. Alguien la representa. Alguien que bien podría ser ella.
Experimenta de a poco la sensación de volver a vivenciar la realidad, y sus rasgos marcados por la amargura y el dolor que al principio describíamos, no el normal, se posan en un punto intermedio. Los músculos de su cara se relajan. Ahora la sensación parece experimentarla a ella. Ceden. Se sienta en la cama, ablandándose el bloque que era su cuerpo, aunque ella sienta la fuerza de mantenerse sentada. Relaja; suelta un poco más; sostiene y se levanta. Se queda, apaga la TV y sigue. Sale de la habitación, escuchando los comentarios sobre su calma y aunque la voz es una, hay dos personas afuera, pero no sabe quién lo dice.

20 de octubre de 2009

Antes de


¿Qué pasaría si el despertador está por sonar y vos ya te despertaste, esperándolo? Sería genial que un día, puedas plantearte todo eso que vas a hacer de forma maquinal. Que quizá muchas quejas no existirían si por lo menos una vez, lo pensaste, lo cuestionaste y lo dejaste de hacer.
No sé cómo será tu vida, pero imaginate: hoy no café, no mate, no computadora para chequear tal o cual cosa, no diario, no taxi, no camino, no trabajo.
Imaginate…, sólo es un ratito de vigilia; no te digo de hacerlo, pero sí pensarlo. Pensar que si lo harías…
Creo que uno de los momentos de más libertad, es ese donde lo llamado fiaca, o también eso a lo que le dicen vigilia, nos permite tener esa libertad surrealista de recorrer habitaciones cerradas hace tiempo de el ser.
Quizá sea una cuestión de verse con la libertad de abrirlas. No es tan fácil como suena, lo sé, porque si nunca te lo planteaste, es muy posible que no sepas de qué estoy hablando. Pero si alguna vez te preguntaste cómo-sería-si-ahora-no-hago-lo-que-se-supone-que-tengo-que-hacer… vas a tener una idea de lo que digo. Y aunque no lo hagas, vas a tener otra perspectiva de las cosas, eso seguro. Los sentidos se afilan con este tipo de preguntas.
Aunque en ese ratito, no sepas qué harías con ese tiempo que hoy no decidiste emplear de la misma manera. Pero creo que ahí está la cuestión, en no planear nada. En levantarse y no hacer, simplemente, lo que se supone que se tiene que hacer…
¿Por qué esperar a que ocurra un suceso externo que nos haga sentir que el día es distinto? Por ejemplo, ¿por qué esperar a que se declare una guerra? O más sencillo: ¿por qué esperar a que se te muera un pariente de súbito, para saber lo que es remover toda la energía que está en las profundidades, como para decir que es un día emotivo sólo por eso?


14 de octubre de 2009

Lo normal y lo norbien



Pobre piba. Lo creyó normal. Un tipo con posibilidades, igual que todos (aunque esto nunca es cierto). Pero sí, el tipo tenía posibilidades, pero tenía unas posibilidades adicionales… generadas por su… “Don”.
Cuando ella se dio cuenta de cómo venía el asunto, se alejó, porque se sintió asustada, claro.
De todas maneras, el encuentro entre estas dos personas existió. Aunque fuese en ese segundo posterior a la confesión, mientras se miraban a los ojos.
A ver… se gustaban mucho, eso está claro.
Pero uno no puede confesar que todo lo que se supone que “era así”, no existe, y en realidad vive de sueldos en negro, por matar gente, o por manipular ciertas cuestiones sociales que benefician a unos pocos, que luego recompensan a uno.
Y sabido es, que no es una cuestión de ideología de la chica, cuando decide tomar el rumbo del alejamiento, al enterarse de estas oscuras cuestiones.
Uno espera una vida normal; pero un detalle que altere una crianza normal, no te puede devolver una vida de posibilidades normales, y no se le puede exigir a la vida después de… vivido ese detalle (que puede ser de 20 minutos en la infancia de 1), que te dé una vida normal (porque el sentido de “lo normal” fue modificado).
De hecho, aquí, la verdad generó que la chica se alejara del chico. Y quizá lo más interesante, que no pienso analizar, es que… en ese segundo en el que se miraron a los ojos, cuando todo estaba sobre la mesa (sobre la cama, en realidad), se entendieron; pero esta vez el acuerdo fue estampado por la distancia y no por un beso, o un fuerte abrazo.
El miedo que existió en ese segundo (la palabra se repite porque es muy importante), junto con otros sentimientos, también fue compartido (y revancha).
Vaya a saber qué vida reserva el destino para uno. Pero vayamos decantando: los normales con los normales, y los raritos, entre ellos. No es triste, o no debería serlo, si uno cuenta con una definición propia de lo normal. Además, lo poco normal en la respectiva vida de cualquiera, tiene una duración corta, y es ahí donde se aprende a definir.
¿Pero cómo sabe uno de qué lado está? ¿Alguien le respondió alguna vez a Matías Martin?

13 de octubre de 2009

Hay otros métodos

Si fuera un hijo de puta, te hago una brujería. Pero como no lo soy, no te hago nada, y me dedico a estar, nomás. Porque sino, las cosas se podrían opacar, como aquella vez que vi la macumba hecha en la puerta de una casa.
¿Cómo puede haber gente tan enferma! me pregunté. Pero después… supe quién vivía ahí y qué había hecho. Si hubiera existido Don Corleone, en lugar de ir a un brujo, hubieran ido con él, a pedir justicia, pero como la justicia no existe, y Don Corleone tampoco, no fueron; porque era al pedo creer en los reyes magos. Entonces, fueron a un brujo. ¡Y tampoco es garantía de nada, porque dicen que esas cosas vuelven! Pero no es que yo no lo hago para cuidar mis espaldas y que no me vuelva a mi, ¡no! No lo hago porque soy boludo, pero soy bueno; y es más importante lo segundo, lo cual refuerza lo primero.
¡Además, de qué caprichos estamos hablando! El hecho de que hoy te quiera retener al lado mio (tampoco a cualquier precio), no implica que mañana me canse yo, y vos me quieras hacer una brujería a mi. Por las dudas, que quede todo así.
Ya estoy acostumbrado a que el encanto vuele. Pero guarda, porque más allá de ser boludo, conozco los sentimientos y reconozco lo benévolo. Detrás de cada idea negativa, subyace el futuro vuelo positivo, que espero poder ver, y que no me pase como a los viejos con Gimnasia.
O sea: si algo aprendí del tiempo, es a tener dignidad. Esa palabra que algunos pronuncian sin la última “d”, y acentúan en la “a”. Eso quiere decir: yo creo en lo lindo, pero a mí no me jodés. Y creo que eso está bien, se trata de quererse uno, sin dejar caer el peso muerto de la irresponsabilidad, en la libertad del otro; ¡Tampoco quiere decir que el otro lo pueda querer bien a uno. ¡Pero bien!
Así que bueno, todo se va complicando, y la gente, cuando no se encuentra, hace brujerías. Pero yo, no. Porque eso lo haría si fuera hijo de puta, y yo no lo soy. Prefiero hacer otras cosas… como la paja, por ejemplo, que es como una brujería, en cuanto a evocación, pero más que una maldad, es un homenaje.

12 de octubre de 2009

"Puto el que lee esto"

Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora.
Lo leí en un baño público en una estación de servicio de la ruta. Eso es literatura. Eso es desafiar al lector y comprometerlo. Si el tipo que escribió eso, seguramente mientras cagaba, con un cortaplumas sobre la puerta del baño, hubiera decidido continuar con su relato, ahí me hubiese tenido a mí como lector consecuente. Eso es un escritor. Pum y a la cabeza. Palo y a la bolsa. El tipo no era, por cierto, un genuflexo dulzón ni un demagogo. "Puto el que lee esto", y a otra cosa. Si te gusta bien y si no también, a otra cosa, mariposa. Hacete cargo y si no, jodete.

Roberto Fontanarrosa