9 de diciembre de 2009

Las cosas que cambian

Aunque parecíamos hablar de la misma persona, nos referíamos a historias que habíamos vivido por separado, de manera individual (aunque… no tanto como nuestros respectivos compañeros).
Cerveza de por medio (que en estos casos estira esos ligamentos sentimentales que deben trabajar en el momento de hablar, para no guardar tanto), la charla insistía en remarcar un rasgo: la autoreferencia que estas personas hacen (en primera insistente) sobre sus cualidades maravillosas. En la relación, a veces sentíamos que en lugar de estar ante alguien que hablaba de sí mismo, estaba dando una lección de vida, quizá luego de recurrir al manual del buen orador.
Este tipo de conducta yoista, iba acompañada de cierto orgullo que se apoyaba en la imagen de la rebeldía y la búsqueda de la justicia… como emulando a un verdadero mártir, quizá.
Es decir: hablábamos de la carta de presentación que tanto supo seducir. Ahora, la tormenta había pasado. Y realmente fue tormenta.
Como si la podredumbre de un cimiento evidenciara lo mal hecho que estaba desde un comienzo, existieron descuidos luego del corte. Descuidos que no sólo modificaban lo que la persona sería de aquí en adelante; sino que, golpeando nuestro orgullo, veíamos ahora que las cosas siempre fueron así… Como si el enunciado detrás de la retórica fuera “Ahora que no estoy con vos, no me importa seguir cuidando la imagen”. Así y todo, estos arteros (que quede claro, no artistas) querían mantener el lazo… a veces con insistencia.
Como si los pregones pasados fuesen erróneos, se permitían ahora todo eso frente a lo que antes hubieran levantado un crucifijo. De todos modos, la actitud de perdonavidas, la seguían manteniendo.
Y así, estos personajes ausentes, que un día fueron descubiertos, eran el centro de la discusión.
En la charla, relatábamos qué pasó luego de alejarnos de estas personas, que ya sabían que sabíamos cómo eran; y que se habían quedado sin fichas.
Al sentirse desnudos los ausentes, debido a tales verdades, variadas y respectivas según el caso, pero todas de la misma calaña, se acabaron los mensajes, las insistencias, los perdones y porfavores… para pasar a otro tipo de discurso: “vos no me podés cuestionar esto, ya no estamos juntos”.
Luego… seguramente volvieron a sus amistades (que habían sido dejadas de lado porque… erigir una historia de la forma que contamos, necesita un tiempo de auto convencimiento y algunos cuidados aparte), con el discurso “Se cansó de estar con alguien como Yo: una persona sincera, sin vueltas y a la que no le gusta la corrupción”.
De todas maneras, la charla rayaba la discusión cuando algún foráneo de situación, intentaba definir que este tipo de actitudes no era algo maligno. Pero el sufrimiento de los otros decía lo contrario. Algunos llegaron a hablar de enfermedad, y otros dijimos algo elaborado con respecto al egoísmo. Porque, seamos sinceros: Alguna vez nos vimos tentados de hacer de una relación, de la vida misma una mentira, por la frustración que alguna persona nos terminó generando… o nosotros mismos.
Todos aprendemos el mismo idioma. Algunos ponen énfasis en la comunicación; y otros, para los demás y para sí, lo usan como una cuestión de márketing. Lucrar con la palabra necesidad, es saltearse la definición del egoísmo.
Pero todos, buenos y malos, buscamos la conformidad.

6 de diciembre de 2009

Va a ser dificil que me crea,
pero en este momento,
un hechicero más maligno que yo,
acaba de entrar en el campo de otro monitor.
-Resulta que me escribió esta chica… que se llama Iva…
-Buenísimo, ¿y?
-Y… nada, viste que no quiero encontrarme de nuevo, para quedar como un histérico. Directamente no quiero que pase nada con ella.
-Uy, y bueno… ¿y mañana hacés algo?
-Y mañana me voy a capital, a ver a una chica.
-¡Buenísimo! ¿A quién vas a ver?
-Bueno… a esta chica… que se llama Iva…

1 de diciembre de 2009

Escondidos


Desde entonces, no se volvían a ver. La hora de dormir quizá era el único momento en que estaban presentes para el otro. Sin embargo, durante el día y la noche que no era la vigilia ni el sueño, se focalizaban en cada uno de los cinco sentidos, concentración legada y adquirida en la noche de los tiempos, y con mucho esfuerzo.
Cualquiera diría, hasta ellos mismos, que el logro era un logro, y ya no había que esforzarse. Pero es por algo el cansancio con el que llegan a la cama. Quizá no lo saben, ni lo descubrieron; ni siquiera se imaginan que cada persona que pisa este mundo tiene una historia parecida y más de un motivo para llegar cansado a la cama, y que no es precisamente el típico esfuerzo, el agotamiento tan simple, o el trabajo.
Pero en todas las historias hay quien más, y quien menos. Mientras uno de ellos transforma la imagen, y relega el símbolo a los rincones profundos y más cortos del mundo onírico, el otro aun la conserva con puesto de guardiana en la vigilia, para no entrar a ese mundo solo.
Si bien ambos logran dormir a su manera, mientras uno olvida, el otro más recuerda. Y cada uno tiene orgullo de lo que hace, claro. Siguen estando juntos, de alguna manera, porque uno se esfuerza en olvidar, y aunque termine olvidando, quedará el esfuerzo puesto, a modo de costumbre, rasgo inherente a todos. Y mientras el otro intenta recordar, aunque el tiempo a la fuerza transforme, en un momento no sabrá a cuál de todas intenta perpetuar.