25 de septiembre de 2011

Falsas preocupaciones




Atendí. Debo decir que la llamada en sí me sorprendió. Dijo que el motivo de hablar conmigo, era por las preocupaciones que ella sentía por una amiga. Al principio le creí. Luego caí en que no se le ocurría un tema mejor para conversar. Y no es que me dé importancia personal... 
Supuse que la conversación iba a sugerir un encuentro. Y así fue.
Me propuse un pequeño juego: yo no preguntaría por su amiga, y así sabría hasta dónde ella estaba realmente preocupada. 
La tarde fue larga y tuve tiempo de averiguar algo de sus asuntos, y también de enterarla de algunos mios.
El juego no lo manejaba yo solo, y por eso lo relato sin cuidados ni culpas; de hecho, ella me llamó a mi. 
Caminando a la estación, cruzando una avenida, se adelantó un par de pasos, simulando un cruce suicida, cuanto menos imprudente. La agarré rápido del brazo y ella sonrió mirando de reojo.
Al llegar a su casa, con caballerosa compañía, casi se despide de la misma manera, imprudente, cuanto menos ofensiva. La agarré del brazo, contacto nada nuevo; y en lo que siguió, jamás se mencionó a su amiga.

14 de septiembre de 2011


Hay veces en las que uno se mueve por un impulso que va mucho más allá de la consciencia.
No es raro que me ponga a hacer esto ahora, cuando siento que me estoy ablandando un poco y para bien en algunos aspectos. Estoy más tolerante y me puedo permitir escuchar más a la gente.
Haciendo a un lado el preocupante concepto de “atesorar”, existe la experiencia del redescubrimiento. Y entre la noche de ayer y un ratito de hoy, me puse a revisar cassettes de audio para pasar a digital, y poder tirarlos a la mierda, ya que por más mística que haya en ese viejo soporte analógico, la redención puede estar en convertirlos en datos, para no atesorar Objetos materiales. Desde ya que ni yo me lo creo.
No sé por qué me propuse la tarea, pero supongo que me molestó ver los cassettes, llenos de mugre. Y sonará cursi, pero siento que me encontré un poco a mí. No al que fui, sino al niño que pretendo seguir siendo.
...época de la radio, demasiado joven para trabajar y sonar tan serio. Sonrío recordando a alguien que quiso inflarme el ego diciendo que uno se convertía en periodista luego de tantas horas al aire. Ni él se lo creía.
Pero en el mismo cassette, por suerte, está la prueba de mi falta de seriedad, también... Me obligaron a hablar al aire, y yo enojado, estiré media hora una entrevista sonza, solo para contrariar a quienes me dijeron que debía durar 5 minutos. En otra oportunidad persuadí al conductor para que entreviste a un pobre muchacho delirante, al que se lo vendí como la revelación musical del año. La entrevista le generó sus dudas al conductor, que se disiparon todas a la hora de pasar el track que había traído el "músico". Lo echó al percatarse del desastre profesional que se había producido en su carrera al hacer esa entrevista.
También cometí errores sin querer, producto de la inexperiencia, pero más por lo atolondrado que soy, que era.
Más hacia atrás... la vocecita de mi hermana me pega en lo más profundo de la nostalgia, que de eso estamos hablando. Yo le estaba enseñando a putear, como si fueran sus obligatorias primeras palabras para entenderse con el mundo. No grabé la reprimenda que recuerdo que siguió a eso, lamentablemente.
Uh, hay unas cuantas entrevistas ocultas que ni recordaba. Todas charlas apasionadas de mis interlocutores que me dirigían la palabra como a un mayor, y disertaban sobre el gobierno, sobre Maradona... alguien que ni sé quién fue, me decía: "Y una periodista de canal once, muy bonita, rubia ella, se subió a la combi para mirar a la casa, y éste (Diego) agarró la manguera, y la tipa con el micrófono: ¡Sí...! El señor maradona... nos tira agua... y losotro... vamo' a seguir acá... porque la libertá de prensa... (pausa) ¿Qué buscaba...? ¿Que le pegara un tiro?".
Fono tango, un invento estúpido y no por eso poco divertido; donde los amigos de mi abuelo eran las víctimas de llamadas telefónicas, en donde una voz automática (la mía) los insta a adivinar tangos que se reproducen, hasta llegar a un premio que nunca llega, porque acertado o no, la voz automática termina diciendo: Usted se ha equivocado, pero quizá tenga suerte y lo volvamos a llamar. Uno de ellos, enfermo, me dio tanta pena al oírlo entusiasmado, que le terminé llevando un cassette, anónimamente.
Y para entonces… yo tenía… ¡36 años…!