20 de septiembre de 2010


Termino de leer un libro, en la cama… el final dura lo que tardan las sábanas en dibujarme la espalda, en ese lapso de expectación de un mismo objeto que me pesa en las manos. Pienso un rato el final del libro, y me imagino que soy el perro que me mira leer cuando no estoy en la cama. Y pienso si mirar esos cuadrados de papel, son cuestiones más importantes que jugar conmigo (con él).
Como el sueño está afuera, y aun no es invitado, comienzo otro libro, de vicioso nomás, ya que entiendo mucho menos de él, de lo que entiendo y siento su tamaño y su peso, al que no estoy acostumbrado.
No puedo dejar de experimentar las sábanas, la cama; o más bien, ellas no pueden dejar de experimentarme a mí. Es más fácil sentir la cama, las sábanas… darme cuenta que pasaron 24 horas y no quise bañarme para mantener la sensación de la noche anterior en este mismo lugar.
Durante el día algo de eso se estuvo viviendo por este cuerpo que a veces se avergüenza un poco de ser, aun sin tanto cuestionamiento.
Y sin embargo, acá, en este lugar, se potencia tanto el deseo, la sensación, la dedicatoria… que sin emisión necesaria ni real se mandan abrazos, entre otras cosas, que nada tienen que ver con un saludo, tanto como con una creencia de que se reciben del otro lado.