20 de junio de 2011

Había una sola luz prendida. Y desde al lado de la puerta, me veía como un contraluz en el espejo al final del pasillo. Me paré a escuchar cómo andaba el silencio. Andaba.

-Vamo’ a… -dije, y la respuesta no se hizo esperar. El galope en miniatura se me venía encima.

Salimos y le abrí la puerta del auto, muy caballerosamente. Se sentó del lado del acompañante, pidiéndome que baje la ventanilla. La bajé. Andando, le dije: “hoy paseaste de más” y él entró la cabeza para mirarme.

Fuimos a la estación de servicio, y mientras estacionaba le gruñó a los hombrecitos de azul. Le compré un turrón, que me comí casi entero. A la vuelta le digo:

-pasear…

Al rato le comento que me molesta cuando me sale pelo. Él me seguía mirando. Parecía tener entradas. Empecé a manejar mal y decidí cambiar de lugar.

-Mirá si no te lo devuelvo más- me dijo, mientras yo lo miraba con sus ojos preocupado, y él me sonría con mi sonrisa, y agregó:- dejá de pensar pelotudeces, prefiero mi ángulo de visión y mi rapidez de patas chuecas.

Pasamos de nuevo por la estación de servicio y le gruñí a los hombrecitos de azul.

-Tomá, manejá vos.

Cambiamos de lugar, de nuevo, y yo manejaba moviendo la cola, mirando con la cabeza fuera de la ventanilla.


15 de junio de 2011

¡Ah, no, che!


Anoche no podía dormir. No es la primera vez que siento como un chispazo de electricidad en la cabeza que me hace saltar de la cama; es como si hubiera un tipo jodido agazapado en algún lugar de la casa que solo existe para esperar a que mi cabeza se desconecte, para pasarme un cable pelado y enchufado por la cien.
Cuando eso pasa, me toco la cabeza, como si encontrara el relieve de la piel chamuscada. No, no hay nada. Es una maldición que vive conmigo, o más bien, dentro de mí. Y siento que adentro de la cabeza tengo un músculo cansado, acalambrado.
Supongo que me pasa, porque elijo el momento de ir a dormir para juzgarme y sentenciarme por mil cosas. Por pensar en cómo hubieran sido las cosas y cómo serán ahora. Solo o acompañado, soy así a la hora de dormir.
También, simpáticamente me animo a decir, destruyo mi historia y construyo otra, suponiendo que retomo mi vida a partir de tal edad, y teniendo conocimiento de mi futuro, creo grandes paradojas temporales. Y voy tomando nota mental de ideas que debería escribir, y que sé que al otro día olvidaré. Me la creo por un rato, digamos.
Hay cosas lindas en la oscuridad de la cama. Pero creo que, tratándose de mí, la mayoría de mis pensamientos no van por buen camino.
Empecé escribiendo esto para contar una particularidad dentro de esas horas de oscuridad y sin dormir, pero creo que con esta introducción, ya no hay mucho lugar para lo otro. En una cabeza así, sólo hay lugar para chispazos.