21 de diciembre de 2011
Divorcio en buda; Sándor Márai
15 de diciembre de 2011
Al llegar a su campo, desplegó su pantalla holográfica, para hacer el reclamo, pero se encontró con una obsoleta línea telefónica para reclamar. Sus implantes retinianos, de los cuales no renegó sólo para controlar el espacio visual de su hogar, le revelaron allá en lo que él llamaba “islita” de árboles sobre el trigo, un cono rojo como la sangre.
En lugar de acceder al vínculo desde su casa, comenzó a caminar hacia él, incrédulo de tantas broncas e indignación.
En la islita, accedió al vínculo y personalizó la vista a la altura de sus ojos. Sólo se mencionaba la especie del árbol.
Agarró una barra de hierro oxidado que hacía de guía a uno de los árboles plantados, y de bronca le pegó a la tierra, al tronco, y luego, desacostumbrado, atravesó el cono varias veces, sintiendo que su brazo resbalaba sobre la nada.
Durante la tarde, hizo una línea de cortafuego, y a la noche incendió el árbol. Eso es resplandor, pensó, comparando el rojo del cono, que ya no se distinguía por el del fuego.
25 de septiembre de 2011
Falsas preocupaciones

Me propuse un pequeño juego: yo no preguntaría por su amiga, y así sabría hasta dónde ella estaba realmente preocupada.
El juego no lo manejaba yo solo, y por eso lo relato sin cuidados ni culpas; de hecho, ella me llamó a mi.
Al llegar a su casa, con caballerosa compañía, casi se despide de la misma manera, imprudente, cuanto menos ofensiva. La agarré del brazo, contacto nada nuevo; y en lo que siguió, jamás se mencionó a su amiga.
14 de septiembre de 2011

6 de julio de 2011
Tercer sueño

20 de junio de 2011
Había una sola luz prendida. Y desde al lado de la puerta, me veía como un contraluz en el espejo al final del pasillo. Me paré a escuchar cómo andaba el silencio. Andaba.
-Vamo’ a… -dije, y la respuesta no se hizo esperar. El galope en miniatura se me venía encima.
Salimos y le abrí la puerta del auto, muy caballerosamente. Se sentó del lado del acompañante, pidiéndome que baje la ventanilla. La bajé. Andando, le dije: “hoy paseaste de más” y él entró la cabeza para mirarme.
Fuimos a la estación de servicio, y mientras estacionaba le gruñó a los hombrecitos de azul. Le compré un turrón, que me comí casi entero. A la vuelta le digo:
-pasear…
Al rato le comento que me molesta cuando me sale pelo. Él me seguía mirando. Parecía tener entradas. Empecé a manejar mal y decidí cambiar de lugar.
-Mirá si no te lo devuelvo más- me dijo, mientras yo lo miraba con sus ojos preocupado, y él me sonría con mi sonrisa, y agregó:- dejá de pensar pelotudeces, prefiero mi ángulo de visión y mi rapidez de patas chuecas.
Pasamos de nuevo por la estación de servicio y le gruñí a los hombrecitos de azul.
-Tomá, manejá vos.
Cambiamos de lugar, de nuevo, y yo manejaba moviendo la cola, mirando con la cabeza fuera de la ventanilla.
15 de junio de 2011
¡Ah, no, che!

9 de abril de 2011

9 de febrero de 2011
