6 de noviembre de 2009

Pesimismo de primeras

Teníamos cuatro o cinco años. La hora de la confianza, la hora de la siesta. Juguetes desparramados en mi pieza y en la cocina, los elegidos; en el patio estaba el galpón, y arriba de él, nosotros. Subimos saltando desde la parte alta del tobogán (que apareció en el patio un Día de Reyes).
El techo de chapa se hacía apenas curvo con el peso de los tres arriba. Se trataba de un cubo de cemento bastante petizo y añoso que de acariciarlo se desintegraba. Nos quedamos sentados en el borde, con los pies en la chapa, y los cantos en los ladrillos. Teníamos algunas piedras que iban a parar a algún lado del patio, y Juan y yo, habíamos subido las pistolas. Habíamos hecho lo que teníamos que hacer, y era hora de bajar. Carlitos y yo, primeros. A Juan no lo vimos. Lo buscamos desde abajo, mirando al techo. No estaba. Fuimos a la parte perpendicular. Juan estaba boca abajo, en el suelo.
Frase estúpida la de Carlitos “a los que se caen le damos plata”. Por lo menos algo dijo. Yo no dejaba de llamar a Juan, con cierta tranquilidad atontaada, debido a que no me explicaba este tipo de cosas. La gente grande se muere; no los chicos. Juan no respondía, y yo había detectado el color rojo de la sangre en algún lado.
Llamé a mis padres.
Todo se pone borroso. Llaman a la madre de Juan. Viene y llora sobre su hijo. En esa época, no sé nada de la bronca, de los juicios, de las culpas… llora sobre su hijo la madre de Juan. No deciden si está muerto. Miro al cielo, y las nubes, que parecen más vapor que otra cosa, envuelven al disco rojo que ahora es el sol. Así se ve cuando se muere un chico. Me empiezo a acordar de Dios, la noche que bajó a buscar al perro de de la gente que vive en la esquina. Lo habían enterrado en el terreno baldío de al lado.
Dios era un hombre muy flaco y viejo, bastante venido a menos; una especie de linyera raquítico, envuelto en una frazada vieja, porque tenía frío y lastimaduras. Y venía, bajaba del cielo, sacaba de esa frazada una pala, para hacer inútil el trabajo de quien enterró al animal. Asuntos celestiales que no me interesaba entender.
Sólo sé que Dios esa noche, bajará del mismo modo a ocuparse de Juan.
Es de noche, y mis padres llegan del hospital. Estoy con mi abuela, y de esas preocupaciones de gente mayor que escucho, entiendo que Juan se va a poner bien en unos días.

1 comentario:

LAO dijo...

Volví para ver tu foto y me encontré con este lindo relato. Muchos saludos