Había una sola luz prendida. Y desde al lado de la puerta, me veía como un contraluz en el espejo al final del pasillo. Me paré a escuchar cómo andaba el silencio. Andaba.
-Vamo’ a… -dije, y la respuesta no se hizo esperar. El galope en miniatura se me venía encima.
Salimos y le abrí la puerta del auto, muy caballerosamente. Se sentó del lado del acompañante, pidiéndome que baje la ventanilla. La bajé. Andando, le dije: “hoy paseaste de más” y él entró la cabeza para mirarme.
Fuimos a la estación de servicio, y mientras estacionaba le gruñó a los hombrecitos de azul. Le compré un turrón, que me comí casi entero. A la vuelta le digo:
-pasear…
Al rato le comento que me molesta cuando me sale pelo. Él me seguía mirando. Parecía tener entradas. Empecé a manejar mal y decidí cambiar de lugar.
-Mirá si no te lo devuelvo más- me dijo, mientras yo lo miraba con sus ojos preocupado, y él me sonría con mi sonrisa, y agregó:- dejá de pensar pelotudeces, prefiero mi ángulo de visión y mi rapidez de patas chuecas.
Pasamos de nuevo por la estación de servicio y le gruñí a los hombrecitos de azul.
-Tomá, manejá vos.
Cambiamos de lugar, de nuevo, y yo manejaba moviendo la cola, mirando con la cabeza fuera de la ventanilla.
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